La escuela de Mileto tuvo tres miembros: Tales, que fue el iniciador;
Anaximandro, asociado de Tales; y Anaxímenes, asociado de Anaximandro.
En una exposición cronológica correspondería presentar, en este apartado,
la solución de Anaximandro al problema del arjé; pero, de acuerdo con el
criterio de clasificación que estamos manejando, nos ocuparemos primero
de Anaxímenes, porque él, al igual que Tales, propuso como principio de
las cosas un elemento observable. Ambas soluciones se pueden considerar
como físicas.
Anaxímenes estableció el aire como principio de todas las cosas. El
aire, para que pueda fungir como constitutivo universal, necesita tener
básicamente dos características: ser transformable y ser infinito. El aire es
transformable, es decir, puede adoptar cualquier forma, como veremos
después en la teoría de la evolución. el aire además es infinito y, por eso,
no se agota en las múltiples transformaciones.
Anaxímenes comparó al aire con el aliento o soplo que sostiene nuestro
cuerpo a modo de alma. Afirmaba: “Así como nuestra alma, que es aire,
nos sostiene, así también el soplo y el aire rodean el mundo entero”.
La Tierra, según Anaxímenes, es como una mesa (o una tabla) que está
sostenida sobre el aire; de igual manera se encuentran los astros, aunque
éstos son materia ígnea. Del aire, como sustancia primaria, resultan todas las
cosas, mediante un proceso de dilatación (aráiosis) y condensación (pyknosis).
El proceso evolutivo se opera en esta forma: cuando el aire se dilata se hace
cálido y ligero, y se transforma en éter; por el contrario, cuando se condensa,
se hace frío y pesado y, según que se condensa más y más, va adquiriendo la
forma de viento, nubes, agua, tierra, piedras y de todas las cosas.
Fácil es advertir que uno de los méritos de Anaxímenes fue haber presentado
una teoría de la evolución, apoyada en principios rectores.
Leamos ahora algunos pasajes de los doxógrafos relativos a Anaxímenes:
Del aire, decía, proceden las cosas que son, que han sido y serán, los dioses y
las cosas divinas, en tanto que las demás proceden de su descendencia (de la
sustancia fundamental).
Del propio modo, pregonaba “que nuestra alma, que es aire, nos sostiene;
el soplo y el aire rodean el mundo entero”.
La forma del aire es la siguiente: allí donde es más igual, es invisible para
nosotros; pero, el frío y el calor, la humedad y el movimiento, lo hacen visible.
Está siempre en movimiento, porque si no lo estuviera no cambiaría tanto
como cambia.
Se convierte en diversas sustancias por virtud de su rarefacción y condensación.
Doxógrafos: Aecio, Hipólito, etcétera.
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